Me
visto de payaso y salgo a caminar por la misma calle en donde lágrimas y llanto
corren sin Cézanne. Mis lágrimas son negras y mi llanto es oscuro. Mis ojos
amarillos y desgastados de tanto llorar por este mundo acabado y roto. No voy a
ningún lugar. Pienso
en muerte todos los días, y en terminar con el color de mi existencia. Lo vago
de mi mente y mi presencia. Lo vano de mis palabras. El sinsentido de mi ser; y
aún sigo cuestionando si sirvo para algo. ¿De qué me sirve si veo todo en
blanco y negro? ¿De qué me sirve si visto harapos viejos y sucios, rasgados por
mis propias entrañas? Y los gusanos que me comen por dentro aún sin estar
muerto. ¿De qué me sirve la razón en este momento? ¿De qué me sirve el amor, si
es que existe en algún rincón recóndito de este desgraciado mundo? ¿De qué me
sirve el llanto o la risa? ¿O el dolor o la pasión? ¿De qué me sirven?... ¿Y
qué le digo yo al muchacho abstraído de la multitud? ¿Y qué le digo yo al
garzón de la esquina? ¿Qué le digo yo al vago? si no hay nada que decir ya. Más
que el vacío silencioso y llano que ya nadie escucha. Esas fotografías en
sepia, desteñidas por el tiempo y por el espacio. Por el sol inexistente y la
saliva decadente de las muchas palabras que alguna vez se me escaparon
corriendo. Y arañando todo lo que a su paso encontraban. Perdiéndose en ese
límite celeste del amanecer y la noche. Ese límite que no quieres que llegue,
porque te recuerda una vez más, que te vuelves viejo y que no has hecho nada.
Que no vales nada. Y que todo lo que alguna vez quisiste se te fue de las
manos, en un segundo cadavérico y abstracto. Indeterminado y casi, deformado.
¿Qué hay de esas palabras en blanco y negro? ¿Qué hay de eso? Y si algún día encuentran mi cuerpo, roído por los
pájaros, al lado del río que todos olvidan, no lo vistan de seda, no lo vistan
de blanco, no lo vistan de día. Dejen que se pudra con la brisa de la mañana,
déjenlo sonreír con la luminosidad de la noche. Déjenlo...déjenlo...solo en su
soledad. Y si alguien pregunta, alguna vez, de quién es ese rostro olvidado y
bastardo, testarudo y opaco, inexpresivo e inerte, díganle que es el rostro del
desprecio y del desamor. Díganle que es el rostro del fracaso y de los sueños
no cumplidos, de todo lo que no tuvo éxito. Ese es mi rostro en este mismo
momento, y aún no estoy junto a ese río. Ese es mi rostro en este mismo
momento, y aún no me devoran las aves. Ese es mi rostro ahora, y ahora ya pasé
bajo ese puente, putrefacto y hediondo de mis temores y más profundos miedos. Y
mis miedos ahora son mis mejores aliados, mis fieles acompañantes, mis únicos
sacerdotes confesionarios. ¿A dónde miro?, si es que hay un horizonte. ¿Qué le
digo a mi fiel amada? ¡Vete de aquí! no quieres hundirte conmigo, si es que no
estás hundida ya. Como yo. Tal vez. En otra vida. En donde yo no sea yo y tú no
seas tú. O yo. O tú.