12.08.2019

ESCRITURA AUTOMÁTICA


Me visto de payaso y salgo a caminar por la misma calle en donde lágrimas y llanto corren sin Cézanne. Mis lágrimas son negras y mi llanto es oscuro. Mis ojos amarillos y desgastados de tanto llorar por este mundo acabado y roto. No voy a ningún lugar. Pienso en muerte todos los días, y en terminar con el color de mi existencia. Lo vago de mi mente y mi presencia. Lo vano de mis palabras. El sinsentido de mi ser; y aún sigo cuestionando si sirvo para algo. ¿De qué me sirve si veo todo en blanco y negro? ¿De qué me sirve si visto harapos viejos y sucios, rasgados por mis propias entrañas? Y los gusanos que me comen por dentro aún sin estar muerto. ¿De qué me sirve la razón en este momento? ¿De qué me sirve el amor, si es que existe en algún rincón recóndito de este desgraciado mundo? ¿De qué me sirve el llanto o la risa? ¿O el dolor o la pasión? ¿De qué me sirven?... ¿Y qué le digo yo al muchacho abstraído de la multitud? ¿Y qué le digo yo al garzón de la esquina? ¿Qué le digo yo al vago? si no hay nada que decir ya. Más que el vacío silencioso y llano que ya nadie escucha. Esas fotografías en sepia, desteñidas por el tiempo y por el espacio. Por el sol inexistente y la saliva decadente de las muchas palabras que alguna vez se me escaparon corriendo. Y arañando todo lo que a su paso encontraban. Perdiéndose en ese límite celeste del amanecer y la noche. Ese límite que no quieres que llegue, porque te recuerda una vez más, que te vuelves viejo y que no has hecho nada. Que no vales nada. Y que todo lo que alguna vez quisiste se te fue de las manos, en un segundo cadavérico y abstracto. Indeterminado y casi, deformado. ¿Qué hay de esas palabras en blanco y negro? ¿Qué hay de eso? Y si algún día encuentran mi cuerpo, roído por los pájaros, al lado del río que todos olvidan, no lo vistan de seda, no lo vistan de blanco, no lo vistan de día. Dejen que se pudra con la brisa de la mañana, déjenlo sonreír con la luminosidad de la noche. Déjenlo...déjenlo...solo en su soledad. Y si alguien pregunta, alguna vez, de quién es ese rostro olvidado y bastardo, testarudo y opaco, inexpresivo e inerte, díganle que es el rostro del desprecio y del desamor. Díganle que es el rostro del fracaso y de los sueños no cumplidos, de todo lo que no tuvo éxito. Ese es mi rostro en este mismo momento, y aún no estoy junto a ese río. Ese es mi rostro en este mismo momento, y aún no me devoran las aves. Ese es mi rostro ahora, y ahora ya pasé bajo ese puente, putrefacto y hediondo de mis temores y más profundos miedos. Y mis miedos ahora son mis mejores aliados, mis fieles acompañantes, mis únicos sacerdotes confesionarios. ¿A dónde miro?, si es que hay un horizonte. ¿Qué le digo a mi fiel amada? ¡Vete de aquí! no quieres hundirte conmigo, si es que no estás hundida ya. Como yo. Tal vez. En otra vida. En donde yo no sea yo y tú no seas tú. O yo. O tú.